2.1.11

Los Caminos por Explorar

Todos optamos por distintos roles para la vida en sociedad.

Tan pronto siento salir de mi boca esa palabra, me detengo… ¿Optamos? Su marcada O inicial se delata en la relectura cual cíclico inicio y final de un todo asequible, develándose ante mis ojos su utilización facilona y descuidada. Sí, eso mismo, facilona y descuidada, y particularmente para el México de hoy, que es nuestra casa, pero, de forma extendida, y en mayor o menor medida, en la mayoría de las sociedades del mundo. Ahora optar es lujo, se dice: más bien se habla de encajar.
Las sociedades no ofrecen a la generalidad alternativas extendidas para escoger en la paleta el color que uno quiera. Ahora, al contrario, se pinta lo que se puede con los recursos que se tienen, o haciendo lo que exige el mercado. Recursos es dinero, y determinismo monetario prevalece, simplemente.
¿Entonces hay libertad de elección, o no? -- continuamos preguntándonos, dudando. Sospechando que nada está bajo nuestra sombrilla, nada es controlable porque existen intereses más poderosos que la simple individualidad indefensa, y el libre albedrio, del cual tanto se habla, no parece elemento definitorio de ruta y destino propio, sino mero concepto apaciguador para el alma que se cree libre.
Acerca del tema recién leí una entrevista, del escritor español Jose Luis Sampedro, que se preguntaba: “¿libertad de elección…? Basta solamente ir al mercado sin ningún peso en el bolsillo… y ya veremos cómo nos va.”
Resulta entonces por demás claro que con Don Dinero a nuestro lado, para abrir la puerta, ese fortachón omnipresente, todo se facilita. Y, por ello, en nuestras sociedades monetizadas al extremo, regidas por el dinero y sus reglas, a tientas nos encajamos escurriéndonos por donde las posibilidades económicas lo permiten, en la lucha por el estatus de todos los días.
Es entonces cuando resulta realmente curioso, anti-paradójico, diría yo, que la madre de Assange –el fundador de Wikileaks, haya decidido mantener a su hijo fuera de los canales educativos tradicionales. Decide educarlo por su cuenta, “para que no lo metan a las reglas de la sociedad” –según se dice. Así, ese mozalbete, educado en los descampados de la no-estructura, surge de esa aula de cielo para agujerar cimientos que se creían irrompibles. Un éxito tajante que alienta. Porque, aunque la obviedad del camino monetizado logra someter, esos nuevos caminos que rompen y contrastan son los que entusiasman, los que renuevan esperanzas.
Entonces, buscando precisión en el lenguaje, empezando el 2011, y añorando colme parabienes para todos, permítanme intentarlo de nuevo:
“Para la vida en sociedad todos jugamos distintos roles.”
Esta frase me gusta más que la inicial, eso que ni que. Aunque el verbo “jugar” no me convenza del todo. O, más bien, aunque me convenza a medias. Lo digo porque hay seriedad en lo que está aquí a un lado, en las bocas que alimentar. Pero, por el otro, el lúdico escurrirnos es necesario, el buscar reinventarnos cada día, cada año nuevo, reanimarnos y sentirnos los anárquicos deseosos de desencasillarse, que saben de dificultades, pero por lo menos se carcajean del divertido intento.

26.12.10

Las Marcas de las Manos

Me inquietan mis manos cambiantes a diario cual papiro a la intemperie. Tienen una especie de superficie rugosa que aun parece joven, pero no por tanto tiempo. En ellas logro reconocer rasgos familiares, como cuando vemos en la esquina una cara y no la recordamos. Siento que son parecidas a las de mi padre, por ejemplo, aunque no logro comprobarlo al cien por ciento. Los latigazos del tiempo en ocasiones se resisten a develarse del todo, y entonces parecemos dormidos, y entonces nos sumimos resignados a un presente cuya procedencia olvidamos.

Esta mano tiene la parte interior más lisa que el reverso. Una vidente alguna vez me dijo que mi línea de la vida era larga; cualquier cosa que eso signifique. Y ahora, con la yema del dedo, y sutilmente, juego rozando esa línea de la vida en la palma de mi mano, y recuerdo una a una sus bifurcaciones: el camino andado, lo que trajo el ahora, aquello que esta por ocurrir, lo que ni siquiera imaginamos.

Pero de pronto me interrumpe mi hijo, también absorto. --¿Qué haces papá?

--Nada, aquí viéndome las manos.
--¿De qué son esas manchas, papa?
--Nada, nada, son marcas de piel –le contesto. Pero no creo que me haya escuchado, porque sus pisadas ya se oyen escalera arriba.
Entonces me quedo de nuevo viéndome las manos y sus líneas, y no siento pasar sobre mí los treinta minutos que el reloj de pared marca, y que me han tenido aquí, divagando en lo absurdo. Intento después escribir en esta página blanca, y veo que tengo una franja rasgada y rojiza en el dedo índice, las uñas cortas, algunos pellejos que no se dejan morder, y la marca aun de ampollas vivas de la olla hirviente. Si la palma de la mano fuera un mapa, señalaría un par de sitios y algunas cuantas circunstancias. Las tardes calientes de la calle Londres en los años ochentas, por ejemplo, los gestos mientras hablaban esos que se nos murieron antes, o las marcas de las manos en la frente, los ojos cerrados y los minutos pasando entre estas líneas, que lo único que intentan trazar es el tiempo en el aire, como si fuera una brecha de regreso y búsqueda, abriéndose paso entre tierra seca y agrietada.
- ¿Qué haces papá? ¿Sigues viéndote las manos?
El que habla de nuevo es mi hijo. Allí viene de regreso. Precedido de su voz que es como un silbido apenas bajando la escalera. Viéndolo allí, ahora, a ese pequeño hombre, siento encontrar la mirada perdida y transparente de otro tiempo. Recargado en el barandal flaco y de cabeza despuntada parecen sus pelos un plumero desbaratado.
-- Si, mira: ¡ven! --le dije, y él vino a sentarse aquí, a mi lado.
-- ¿Y qué más papá? ¿Esta qué es?
Esta fue una vez que subimos una barda allá por el Club San Isidro, del lado que daba al Constitución, sin darme cuenta se me rasgó la falange con los vidrios, aunque por suerte no necesité costura, solo chuparme el dedo para que la sangre pare.
-- Que mal que no te cocieron papá. ¡Se te notaría menos!
-- O tal vez se me notaría más...

18.12.10

Monologo por la coherencia

¿Buscando un adjetivo calificativo para el ánimo nacional?

Intentemos precisión: ¿…desesperanzado, o agüitado, sometido…, desilusionado?

Recostémonos cómodos al diván de esa esquina, con las manos en la nuca, y hablemos en voz alta de lo que sentimos.

¿Ánimo nacional resignado…?

¡Busquemos!

¿O, acaso, simplemente, nuestro hartazgo es tal que cualquier ejercicio de autoexploración se reprime a priori, sabedores de que no encontraremos respuestas, pues nuestra génesis, colonia e independencia, flageló de tal forma, que incapacitó a este México desigual a consensar no solo destino y ruta, sino punto de partida y diagnóstico? ¿Acaso nuestra diversidad enriquecedora entorpece? ¿Somos aun jóvenes desbocados buscando madurez? ¿O somos más bien, como yo lo creo, con todas las letras, el ave flagelada de la pirámide de piedra, antigua y lastimada, dispuesta a despegar, a consolidar los avances logrados a fuerza de historia, deseosa de asumir coherencia?

Respondamos, e intentemos identificar donde estamos atorados. Porque, de otra forma, cómo explicar un progreso inferior al potencial objetivo: 110 millones de habitantes, bono demográfico, litorales, fronteras, recursos, posición geográfica envidiable, avances importantes en infraestructura. ¿Por qué entonces atorados sin el desarrollo que podríamos alcanzar?


Precisamente, en su ensayo reciente “Regreso al Futuro”, Aguilar Camín y Castañeda hablan de una nación con necesidad de terapeuta. Miguel Carbonell, por su parte, menciona auto-sabotaje. Y circundan sobre el desasosiego opiniones diversas, percibiéndose, en síntesis, que, aunado a problemática concreta en gestión de gobierno, fragilidad institucional o rendición de cuentas –por mencionar algunas, preocupa la salud lastimada del psique colectivo. Como un elemento del instinto de manada, el entusiasmo de cada miembro (o su desanimo), aumenta consecuentemente, reflejándose en el pensar conjunto.

Y en esas estamos, y así vivimos a medias, y en año y medio elegiremos nuevo Presidente, y en nuestra reflexión individual desesperamos. Vemos, atónitos, que la tónica competitiva en alta esfera, los esfuerzos electorales de “convencimiento”, en general, se aprecian ajenos al ánimo nacional, o no enfocados en discutir de fondo donde estamos, lo que somos, y a donde vamos. Los participantes de la lucha política calculan solo sumas y restas de movilización y clientelismo. La cargada es ficha ciega de domino, y la contienda se simplifica al ámbito de lo inmediato. La carencia de reflexión y rumbo amenaza con arrastrarnos a una depresión más de fondo.


A la clase política, por su parte, parece esto no importarle. Sus movimientos, como es de esperarse, son en y desde la trinchera de lo próximo asequible. El proselitismo de caverna a vieja usanza funciona, y aunque sea en si mismo dañino, y aunque sea receta que nace de desigualdad, pobreza e ignorancia, nadie pretende cambiarla, porque es lo que les permite llegar a la silla. Justamente la lógica perversa de hacerse de la representación, en base a dadiva inmediata, discurso superficial, compromiso irresponsable, no solo deslegitima el fondo, sino que confirma estancamiento y acrecienta la percepción de ausencia de rumbo.

Estas palabras son el monologo individual desde el diván del que observa. Falta año y medio para una elección del 2012 que será importante y dramática. Que marcará el rumbo que sigue a doce años panistas que representaron “transición democrática”, fallida o no, pero que fue un antes y un después, y de la cual salimos con mayor transparencia y libertad de expresión. Pero ahora, en esta circunstancia, no equivoquemos caminos. No insistamos en el atolladero de una opción irresponsable, de intereses oscuros particulares, o de alguien sin tamaños, sin visión o coherencia que nos lleve a retomar un ánimo conjunto.

Los caballos, los colores, los amarres y las posibilidades empiezan a verse. Observemos sus caras de cerca, sus capacidades y trasfondos. Hablemos, participemos, difundamos e indaguemos. Transparentamos capacidades, exijamos debates sin formatos rígidos, y conozcamos de cada quien su lectura del presente y plan hacia el futuro. Y, al final de todo, votemos libremente.


12.12.10

Letritas de Chico Bueno

A mitad de cada párrafo comenzaba a sentirme mareado. Seguramente los excesos, je!, o porque la realidad era pura mierda. No se…

Toda creación humana es digna de por lo menos echarle el ojo, de ser entendida como el producto de un terrícola, y merecer –entonces, nuestro respeto.

Pero justo eso que me entretenía era tedio puro.

Allí, encerrado, frente al monitor incandescente, en una oficina de luz artificial, intentaba elaborar, cuidadosamente, el listado de comentarios que resultara inteligente, productivo, enfocado. Una muestra:

“Estimado [____]: La presente destaca temas sensibles en el documento de referencia. Particularmente, se hace constar nuestra preocupación respecto de la metodología de valuación de los activos objeto de la operación, y sobre la viabilidad de ejecución de garantías en caso de incumplimiento (default)...”

Estaban allí junto al cursor: tintineando en la pantalla: mis típicas letritas de chico bueno. Intentaba hacerlo bien, abarcarlo todo, realizarme por completo, tener poder, crecer…, y después comprarme una Hasselbald, o un auto nuevo, je!, descapotable, o la última tecnología de bastones de golf, en fin, un chico verdaderamente exitoso a los ojos de todos, a los ojos de todos...
Con ganas de vomitar me lancé a la calle antes que sonara la campana.

Tratándose de un mediodía soleado, con todo el aire del mundo, la verdad decidí no ser tan responsable. Y, sin importarme el reporte, me inmiscuí por angostas calles de cornisas rotas, rumbo a esa pizzería cercana al parque.

Es un sitio donde todos se alimentan en tiempos records, de verdad. Atragantándose las bocas de queso todos, por ejemplo, a mi lado un tipo hablaba solo golpeando los espejos y masticando el queso, personaje para aprovechar, por lo que saqué mi Moleskino y escribí algunas notas, haciéndole al sociólogo con aquello de “patologías preocupantes de soledad en el hombre contemporáneo”, pero tan pronto se dio cuenta que sobre él escribía (eso creo), se marchó molesto arrugando las servilletas –gordo, hombros fuertes, un bigotillo y tez blanca—, receloso, monologando ahora, en el otro lado del parque.

Entonces allí, esperando nuestro turno frente al horno, que ocupa la mitad del local, hay que imaginar las gotas de sudor de los hambrientos.

Tan pronto salen del fuego las pizzas humeantes y ampolladas, un tipo de bigote y sombrerillo corta con largo cuchillo los slices que nos arrebatábamos. Nos vigilábamos mutuamente en los espejos que tapizan las paredes. Observamos la nueva pizza, por salir humeante y ampollada, para peleárnosla. Vemos a otros agarrar sus slices, como si se tratara de un billete arrugado, marchándose a la calle con prisas, cayéndoseles las servilletas de los bolsos. Nos vemos y nos reconocemos en una extrañeza anónima en los espejos. Mis ojos no son tuyos pero tú no eres el otro, y tu cara no me significa nada.

Vi a un viejo, a mi derecha, escurriendo de sus amarillentos dientes pedazos de masa y de queso, tomate, pidiendo otra ante el gesto extrañado del encargado, mi record es siete, decía el tipo, así, de amarillentos dientes, y mírenme gente, mírenme (gritaba levantando el slice como si fuera un trofeo), saliéndole migajas a su reflejo, duplicándose además en el espejo los condimentos, la sal desparramada, el encargado cortando a su ritmo.

Es demasiado hablar de esa historia del sitio de pizzas y de sus mordiscos, pero así es, y por ejemplo recién pagué con pura morralla y el encargado comenzó a maldecirme contando el cambio, y yo le dije metete las monedas por el culo, y todo cordial, sin embargo. Aquí las calles galopan al ritmo de cajas registradoras que replican. Aquí, enfilarme hacia el parque, por ejemplo, es pensar en el espejismo de torres gigantescas que podrían caerse en cualquier momento, podría tronar un avión y mandarlas a la mierda, por ejemplo, y en el laberinto de callejuelas levantarse una tolvanera de silencio y todos nosotros, autómatas, regresaríamos de cualquier forma y sin remedio a otros monitores y teclados, algún día, pensando que nada ha pasado, y terminar todos en el mismo sitio.

Justo en eso pensaba atravesando el parque entre las prisas (debía regresar; había obligaciones que cumplir). Recuerdo que a mi izquierda un chico flaco de ropa ennegrecida buscaba despojos en algún basurero.

5.12.10

Las Palabras Hermano

Wordle: Las Palabras Hermano

Wordle: Las Palabras Hermano

Wordle: Las Palabras Hermano

Wordle: Las Palabras Hermano

Las palabras hermano. ¡Solo ellas! Se posan escalonadas, ordenadas por la puntuación, y, como consortes de un festín autosuficiente, van explorando entre párrafos el engrudo de nuestros requiebros.

Aquí hermano… detengámonos a sombrear un rato, hemos caminado mucho, acostémonos allí --¡vente!, aunque sea en la tierra bajo ese ramaje… abrámosle los ojos solo a este momento.

Te invito a que olvidemos por un instante las muertes y el dolor que nos ha acompañado: o incluso el frescor hiriente de tiempos buenos. Olvidemos todo. Corramos la cortina también a la promesa de encontrar lo que siempre hemos buscado. Borremos los tiempos de la calle Londres, donde nuestros pies se quemaban en el pavimento hirviente en mil novecientos ochenta y dos. El tres veinticinco cero cero que aprendimos a marcar. Los descampados de beisbol que nos construía mi padre. Olvidemos incluso estas palabras hermano, que escalonadas hablan de lo que fuimos y seremos, y coloquémonos justo aquí, en esta sombra: en la soledad apenas de estos hombres que el correr de tiempo ha construido.

Anda, sentémonos. La tarde es fresca ¡y, fíjate!, allá, a la izquierda, esos mezquites que apenas mueve el viento, son como puntiagudas espinas flotando en la marea del desierto.

¿Te gustan? A mí me recuerdan algo.

Como cansa a veces toda esta búsqueda de significados. ¿No es cierto, hermano?

Que si son cuarenta, o cincuenta, sesenta y cinco o ochenta años los que me alcancen. ¿Qué importa? ¿Qué falta, hermano? Aquí hay viento y atardecerá pronto. Tal vez debamos apurarnos. Aunque eso también podría terminar significando cualquier cosa. Se abren y se cierran las puertas, y después solos, y después desconsolados. ¿No es cierto? Es como estar aquí con las manos en la cara tratando de sacar estas letras. Aquí esforzándome por una razón que ignoro, y las palabras tatuando de tinta el papel, con una tersura muy delgada, un desmembrarse del cuerpo, un Cádiz de cera. Yo me conformo por lo menos si un significado oculto brota de estas letras.

Acércate… déjame ver tu cara… un poco más….

Veo tus ojos aun jóvenes, y, marcado allí, en tu mirada, lo que fuimos y seremos.

Pero no se que más decirte hermano, y quisiera que las palabras fluyeran solas. Que rompieran el hábito costumbrista de ocultar llagas y piel a los ojos extraños.

Fíjate, a veces trato de juntar las manos, así, veme, como si moldearan una esfera de aire, y, asomado a la oscuridad vacía de ese hueco, me sorprendo buscando los huevos moteados que bajábamos de los nidos, en los nogales del abuelo, trepándonos temblorosos en sus copas entre los graznidos de los Chanates.

¿Me entiendes? ¡Aun ahora busco en ese hueco de aire!

¿Acaso soy el único hermano?

Pero vamos, no nos distraigamos más, sigamos caminando. No debemos llegar tarde.

El Ocaso Será Para Todos

Tienes tus piernas repletas de gracia y habidas de fulgor. mammina mia.
¿Mamina?… preguntó la chica. ¿Que chingao nombre es eso que chingaos se cree usted, de venir así directo a decirme esa cosa?
Que estas bien buenota, morena… ¿Así es como te gusta que te lo diga... cabrona?
Nunca le habían hablado así, y le gustó mucho; sonaba como chuparse el dedo. Y es por ello que salió a la luz toda esa historia.
Nosotros los narradores, si fuésemos un poquito más vagos, no hubiéramos dicho solamente “le gustó mucho”: sino algo así como que “a la princesa se le mojó aquellito”. Pero no lo haremos. Ahora más que nunca se precisa cordura con las buenas conciencias, y por ello es conveniente, a nuestro considerar, limitarnos a narrar su postura después de esas palabras: allí, en el muro: la morena resaltante, recargada con el cuerpo recluido, sin moverse un ápice, ni siquiera gotear, su recelo recogido, mallugada fruta en flor, pulpa roja engrumecida.
Entonces rebotó su cuerpo a alimentar el ego: Ande pinche viejo cabrón, váyase mucho a chingar a su madre –le contestó la chica.
Pero le habló calladito, casi al oído, sin ningún desparpajo manoteador, solo moviendo aca sabroso la cabeza de un lado a otro, a milímetros del viejo, sin hacer nada más. No manoteo en la barra, rematando con frase burda, para llamar la atención o para desparramar la cerveza de cualquier de los cinco o seis que allí se acodaban. No necesito nada de eso. Solo las palabras cortas que dijo, resoplándole al viejo ligeramente al oído, antes de regresar al lápiz y libreta del bar donde despachaba.
Su aurora es mi ocaso --pensó el viejo.
Así, viéndola de espaldas, allí, enmarcada en la penumbra neón de ese bar de Zihuatanejo, el viejo sintió de nuevo, como en tantas otras ocasiones de su vida adulta, el verse atrofiado por el olor tierno y terso de la selva. Tres décadas atrás, había perdido hasta la segunda falange del dedo índice en una fábrica manufacturera del sur de Francia. Ahora, en Zihuatanejo, en el 2010, y frente a esa morena olor a almizcle, el callo resultante del dedo cercenado resplandecía entre sus dientes, trozo en la boca como de ruleta rusa mordisqueando el cañón de una arma de fuego.
Las palabras de la morena no habían querido ser colofón tajante. Eso el viejo lo sabía de sobra. Como también intuía que, aunque su burdo y directo lenguaje había hecho mella, debía mantenerse al asecho, y moverse con el sigilo de cazador experimentado.
Contaba con los vestigios de aprendizaje de sus correrías en Luxemburgo, en la primera juventud, o la temprana madurez de un matrimonio fallido en Montreal, en los setentas, donde visitaba los baños públicos tres veces por semana. Después fueron décadas intensas vagando en Cumana, en el viejo Santiago de Cuba, en Valparaiso, Maruata, donde cada vez más hambriento, mientras más flacidez en su cuerpo. Sabía que, en esta ocasión, como en tantas otras, todo se limitaba al tiempo, lo que ahora le sobraba, pues sus horas estaban contadas desde siempre. Obsequiarse aquellito se limitaba a tiempo; y algunas otras palabras tajantes, y unas propinas más que generosas después de cada trago.
Como narradores quisiéramos continuar con esta aventura nocturna. Pero no lo haremos. Ahora, más que nunca, como lo hemos dicho, se precisa cordura con las buenas conciencias. Por ello únicamente nos limitaremos a narrar la imagen de la chica: también mordisqueando el callo como en vértigo de ruleta rusa, en los bordes de una cama sucia, de un hotel desconocido del viejo Zihuatanejo.
Tu aurora es mi ocaso –repetía el viejo, con la mirada clavada al techo. Tu aurora es mi ocaso.

14.11.10

El Meollo de la Cuesión

Su cara huesuda era nebulosa en el negativo: como si estuviera oculta, no existente, como si flotara en medio de un halo de luz del más allá. Ante mis dudas la incredulidad fue defensa de nuevo. Ese tipo de hallazgos que golpean y sorprenden.
Sentado en flor de loto junto a esos personajes, estaba el espiritista. Pensé que solo era él, pero había costales de tierra, y otras personas durmiendo entre los objetos del cuarto. Con esa luz apenas suficiente fue necesario mantener el pulso firme, evitando el fuera de foco, o peligros indeseados. Al fondo había una puerta (si mal no recuerdo, porque tampoco el negativo lo mostró). Un pasillo y otro cuarto, donde hombres largos y huesudos parecían experimentar con alquimia, o fabricar.
Al entrar a la habitación sentí que reparó nuestra presencia. Pero no dijo nada. Continuó narrando a detalle las actividades físicas de una potencia superior, de espíritus que solo podemos ver en sombras, que solo encuentran la paz transmitiendo designios del más allá. Después se dirigió hacia mí.
“Soy médium músico.” --dijo, alargándome la mano.
“Ejecuto, compongo o escribo música por inspiración de los espíritus; y en ese estado de trance cruzo callejones.”
Obviamente no le creí una mierda, pero en su convicción, en su tono mismo, estaba el meollo de la cuestión. Era una genuina convicción, que yo gustoso aplicaría a mis cosas, con tal de inyectar pasión en lo poco que creo. Recuerdo que le tomé unas fotos. Vi su piel curtida y sus manos llagadas, y cuando me dijo asómate, cuando levantó su camisa recargado en el muro, como cateado por un policía invisible, me mostró en la espalda cicatrices de algún flagelo:
“Espíritus de corsarios” –dijo, en voz alta, con voz convencida de verdad incuestionable. Frente a su esternón le sobresalía una bola, como un puño, como un segundo corazón botado.
A ese hombre no lo había yo encontrado por casualidad. Más bien me lo había presentado un amigo mutuo, un anticuario de nombre Galeana, del que he escrito en otras ocasiones. Un día me lo encontré en la calle, con su típica sonrisa y su tono rasposo de chaqueta roída, y por sus ojeras me confirmo que cansado, que hasta la madrugada había estado con un grupo jugando y preguntándole a la güija, imagínate...
“Estuvimos con un colega. Es espiritista. Es huesero y filosofo, habla con el más allá” –dijo, parecía presumiendo.
¡Apa combinación…!
“Me caí güero… me caí… El problema de todos es el escepticismo imperante mi güero, ese es el problema de este nuestro mundo, acá, como que todos desconfían en las fuerzas que hay más atrás.”
Le dije a Galeana que me gustaría conocer al huesero. Le dije que me gustaría ir a tomarle fotos. Le pregunté cuándo, y me dijo: deja veo. Y después de algunas semanas me llamó para cuadrar la historia.
Llegamos a la calle Almoneda número doce cerca de las veinte horas, una tarde del veintitrés de septiembre del dos mil diez. El edificio era de tres plantas, y el acceso principal reja verduzca, pasillo y patio interior. Pasamos todo lo largo hasta la habitación de los costales. Esperamos. Después se levantó, me enseñó las yagas en su espalda, los flagelos de los corsarios. Tantos quedaron sembrados en las profundidades del mar, lanzados de la borda aun vivos, que sus almas son errantes encorajinadas por el mundo. Son peligrosas y es necesario saberles hablar.
Las palabras incorrectas pueden generar odios, látigos, heridas, sangre. Las yagas pueden ser lineales –como estas; o en forma de cruz. Incluso las hay algunas que han llegado al hueso, y que lo cercenan con un olor ceniciento.

Obviamente no le creí una mierda, pero en su convicción, en su tono mismo, estaba el meollo de la cuestión. Y además los negativos resultaron borrosos.

7.11.10

Intento de recobrar la memoria

El taxi verde dobló en la esquina –y me arranqué corriendo, como si no me importara morir en el intento. Choqué con personas, salté basureros, pisé charcos, arrastré la lengua de la arena al pozo; pero aun así, al alcanzar a ese escurridizo conductor en la luz roja, caí en cuenta de que el auto era otro, que ese no era el mismo tapiz pegajoso de vocho, que me había sudado la entrepierna. Entonces sentí desfallecer.

Y, desde que olvidé mis textos en ese asiento trasero de un taxi de la Ciudad de México, no he vuelto a escribir de Oaxaca.
Recuerdo que era un cuaderno negro de espiral metálico. Contenía, entre otras cosas, el relato de la muerte de mi hermano, y de su vida que se nos escurrió entre los dedos. Había algunos textos de divagación en plazuelas, que escribí por las noches, cuando el silencio rebotaba en la verde Antequera. Pero principalmente ese libro narraba las vivencias cotidianas de ese segundo semestre del noventa y seis, en que fui instructor comunitario del CONAFE, en una comunidad de la sierra Mixe oaxaqueña, que tenía no más de 15 familias. Recuerdo algunas frases, de mi letra azul y pequeña, que parece ropa tendida; pero no más. He tratado de hacer ejercicio de introspección, pero no he podido recordar, no he logrado narrar con claridad el impacto de esa experiencia abrupta en mi conceptualización del país. Si intentara hablar de pobreza, de exclusión, o de tierra o de lodo, o de montañas; me quedaría siempre corto.
En una de esas casas –recuerdo, siempre los niños estaban enfermos y llorando.
De la ciudad de Oaxaca a Tlahui había que ir en camión cuatro horas, y tres en camioneta al cerro desgajado, y cinco a pie para llegar a la comunidad. El arribo era ya con poca luz, pero aun así era posible distinguir algunas chozas de barro puntillizas en las laderas, todas flotando entre la neblina de los cafetales. El sitio era una olla de paredes verdes. Las cañadas se enterraban como si fueran dos brazos tratando de sacarle el corazón a alguien. Los ríos hervían temblor. El sitio respiraba vida y era, en palabras de Sabines: “Las montañas existen. Son una masa de árboles y de agua. De una luz que se toca con los dedos. Y de algo más que todavía no existe”.
Recuerdo que en la comunidad los días pasaban lentos. La cama era un tablón de madera. Los muros tenían tierra. Las noches eran de oscuridad y de humo.
Me levantaban los gallos aún durante la noche brumosa, de luciérnagas. Después por la mañana las actividades docentes, un mundo real lleno de miserias e ilusiones, y por las tardes caminando por allí, leyendo, escribiendo, intentando con fuerza sucumbir a los encantos femeninos de la diosa de la disipación y del ocio, de la cual soy viejo súbdito. Ahora pienso que debí de haber ayudado más, en lo que sea: en liberar de troncos esa cañada de agua, o en participar en el tequio. Son comunes los sabores agrios.
Trato a veces de recordar las letras sujetas de ese espiral metálico. Cerrando los ojos intento sentir estar allí. Hablar de esa noche –por ejemplo, en la que me correspondió cenar con una familia de la cañada de la izquierda. Los padres se turnaban en la alimentación del maestro. Había que caminar kilómetros, entre la oscuridad de la linterna, arremangando los pantalones para cruzar los ríos. Algunas familias recibían con pollo. Otras solo tortillas y salsa, sopa aguada de calabazas flotantes.
Pero esa noche fue la cena más pobre y más triste del jamás de los jamases. Sentados entre el humo del fogón, los ojos inyectándome ardiendo, arrinconados todos. La mujer, el marido, los dos hijos, los otros pequeños enfermos y llorando, y las caras nuestras, que en la oscuridad parecían la imagen misma de la noche. Comimos una tortilla dura y un arroz terroso. La mujer se disculpó de no tener nada. El hombre les gritaba a los niños en Mixe. Los silencios duraban más de lo que duraron nunca.
Seguramente, mis letras de aquel libro dirían que, cuando una línea de llanto se rompe, aún puede ser peor.
Recuerdo que cuando regresé a la aula (mi pequeño cuarto estaba allí contiguo) me senté en una roca antes de pasar el primer rio. Allí me quede, no sé cuánto tiempo, con las manos en la cara. No sé si lloré, ni qué pensé, ni qué escribí. Incluso no sé si algún día podré escribir en realidad sobre eso.
Pero sin duda me gustaría recuperar esa memoria, o por lo menos mis letras y, a partir de ellas, salir a buscarme.

1.11.10

Horas Cortas

No es reproche a toro pasado sino transcripción de un panfleto; un desglose de instrucciones de alguna forma tatuadas, al extremo de aun sorprenderme buscando papeles en los rincones, con la ropa interior deshecha, removiendo con la lamparilla el polvo. En los muros del cuarto latiguean luces, y también en mi espalda. Circunstancia que somete, sin dejar opción de culpar a la mala suerte o al destino. Calladito colega: cual mozo de buena familia; sin hacer ningún ruido impropio o excesivo.

1. Locker No. 573: (El documento proporcionado incluía mapa del sitio: extinguidor, área de fotocopiado y sistemas, impresoras, baños, guardarropa, etc.) Del elevador había que girar a la izquierda–indicaba el documento, por un largo pasillo de pared azul, hasta el segundo locker de la fila superior, donde estarían sus pertenencias.

Entonces, diligente, hacia allí me dirigí. Aunque desconcertado por los procesos, me sometí enseguida, y doblando a la izquierda casi tropiezo con alguien que debería usar lentes.

Con permiso –me dijo, sin verme a la cara.

2. Combinación de primer día: El documento decía izquierda y derecha al candado, haciendo un paréntesis: “hemos considerado conveniente prescindir de tarjetas de acceso”; “favor de personalizar la combinación a su conveniencia, a efecto de garantizar privacidad futura”.

Tantos a la izquierda de nuevo, después a la derecha, gire la perilla: crac. Se abrió.

3. Mecanismo de personalización: después de abrir el candado gire, mueva, sujete la palanca y restablezca contraseña: “recuerde optar por números familiares, a efecto de recordarlos con facilidad”.

Vaya… pensé--, este instructivo de directrices, lo hizo en realidad un genio.

Y entonces cambié la maldita combinación sin lío, y continué leyendo para ver que seguía.

4. Inventario del Locker: Tarjeta de asignación, laptop personal, plumas, cuadernos, etc. “En caso de requerir papelería adicional, favor de acudir a cualquiera de las áreas de suministro, que se detallan en el mapa que se acompaña como Anexo A.”

Abrí el maldito locker y saque toda la mierda de los entrepaños.

5. Asignación de modulo: El documento establecía textual: “encuestas recientes señalan que, la causa principal de distracción en el entorno laboral, es la plática, el cotilleo pueril con los compañeros”; “dicha causa fue elegida por el 96.3% de los encuestados”; “la política de la empresa es minimizar en su totalidad dichas interrupciones, implementando esquema rotativo de módulos de trabajo”; “ello garantizara, no solamente sacar lo mejor del individuo, sino el laborar en condiciones óptimas de productividad, comodidad y silencio.”

Tan pronto terminé de leer el párrafo, giré a ver a mi alrededor: habíamos unos treinta --o cuarenta silenciosos, que lentos sacábamos las pertenencias de nuestro locker individual.

“Los centros de asignación de módulos están colocados a los extremos de las áreas de lockers” –decía el documento.

Y el Anexo B diagramaba un aparatejo como de supermercado, $24.99, código de barras, diferenciándose que, al deslizar la tarjeta, éste mostraba el número del modulo correspondiente al día, y un mapa detallado de su ubicación en las instalaciones. Fenomenal.

6. Mecánica de instalación y contraseñas: Vaya… pensé—, este puto documento es básico.

De haberlo olvidado Recursos Humanos lo imprimiría de nuevo. Aunque se me hubiera quedado tatuada la imagen de desordenado olvidadizo, entre colegas tan sofisticados y eficientes.

Precisamente, por ello fingí actuar como amo del orden: productivo, enfocado, sin dirigirme a nadie, y de manera autónoma instalándome en el #343, con la quijada trabada y los ojos concentrados en cualquier acción.

Bueno… más o menos, porque debo reconocer que es difícil suprimir al torbellino cotidiano. Evitar verle las piernas de medias negras a algunas colegas que comenzaban a instalarse en los módulos vecinos, o las caras de idiotas de los tipos que pasaban con paso firme de mirada al frente, portafolio firmemente sujetado muy listos para el día arduo, casi tropezando con el borde de una alfombra. Entonces por allí me andaba. Me apersonaba con alguien, ya saben: “mi nombre es tal y es mi primer día”, con la cara de estúpido tatuada en la frente; y también el “lo que se te ofrezca, mi nombre es tal” y algunas otras sonrisas, ya saben, puro bullshit oscuro, antes de encender los aparatos e instalar contraseñas.

7. Software de comunicación interna: Cuidadosamente seguí los instructivos y downlodié unas madres, y metí contraseñas e instalé otras cosas, puta, bastante complicados los muchachos.

Hasta pensé llamar al de sistemas, pero no hubo necesidad.

final apareció la interfase, y un aplicativo que “posibilitaba moverse a intuición”, y de allí algunas carpetas con mi nombre y un botón, correo nuevo, veinte mensajes, carajo, pensé, ¿quién tendrá mi correo?, y un tipo sin rostro me decía con letras que ponte a hacer esto, y que ponte a leer esto otro, y que te anexo algunos documentos, y que me gustaría ver tus comentarios a mas tardar hoy por la noche, y que pues entonces ponte a leer colega, olvídate de tus distracciones, de las piernas de esa Maddona, porque la quincena esclaviza, y más te vale que te vayas acostumbrando, porque estas horas frente al monitor podrían empezar a parecer no lo suficientemente largas.

24.10.10

A tirar la primera piedra.

Pero ya estoy harto de escribir de toda esta mierda de violencia, como queriendo llamar la atención o subir el rating.

Como si tratara de hacerlo para buscar las orejas y los comentarios. Como si estuviera intentando dar voz a alguien, o algo, o varios, lanzar la queja. Nada me desmotiva más que escribir sobre hechos destructivos. Es más: en materia de temáticas, la mayoría de las chingaderas me valen absolutamente madres; lo único que privilegio es el lenguaje y sus juegos florales. Y perdónenme la bocaza por allí, colegas, esta bocota de come-hormigas que ni siquiera pudo corregir Socorro, y eso que me embutió el hocico varias veces de serranos. Pero también estas mentadas de madre (estas chinga-liebres al por-mayor), son riqueza terciopelo de la lengua de Cervantes, absolutamente. Así que por allí empecemos, y basta, que no quiero desviarme. Pero el hartazgo es el que sube de color estas letras. El hartazgo de las balaceras reanudadas, de las granadas de sirenas nocturnas, del ciudadano rehén de nuevo, de escribir estas madres, y de todo eso que flota en el lago de una institucionalidad rota.
Dejar a un lado entonces cualquier plan de escribir ficción: no hay letras que alcancen lo que la realidad nos muestra. Una realidad deshecha que todo lo supera. Donde cualquier intento, por indagar entre sigilosos senderos de creación, encuentra ojos vacios, un patio gris en un día gris lleno de palomas caminando lentas, y la frágil soledad del patio, donde nos damos cuenta que el tiempo fluye incesante hacia la muerte; todo esto en el centro de un país que se desmorona.
Así que la realidad somete. Golpea abofeteando. Carne cruda que descarapela la sangre, y que con voz clara nos dice lo que nos negamos a escuchar, nos dice AQUÍ ESTOY, y abre los ojos, ve a tu lado, y escucha bien claro lo que te digo: “Estás viviendo un sistema injusto y corrupto, en una sociedad fragmentada, de advenedizos gandallitas, sociedad racista y cobarde, no solidaria, no participativa, de egoísmos individualistas, de sálvense quien pueda; es por ello que nos desmoronamos.”
Y escuchamos, y, en medio de cualquier reflexión, vemos (o intentamos ver) entre la oscuridad de la noche, buscando entender algo.
Pero no entendemos nada. Nos desesperamos de la desfachatez y del desfalco, de la impunidad de los culpables. Nos desesperamos e intentamos exigir, decir, poner todos los puntos sobre las íes, y al final de cuentas gritar: ¡señalemos los culpables! Pero no los encontramos. Se nos esconden. Nos empantanamos en temas de competencias, esferas jurisdiccionales y federalismos renovados. Y entre la difusa realidad pareciere la solución no existir. Y así, hablando de mi tierra, por ejemplo, este puto basurero que es el Torreón de hoy, que hace 10 años era ciudad pujante, dinero, gasto, actividad, garantías de tranquilidad ciudadana, sitios de esparcimiento y posibilidades de desarrollo para nuestros jóvenes. ¿Qué queda hoy, hacia donde vamos? ¿Quiénes fueron los culpables de todo el embrollo, de todo el deterioro? Hablemos alto, exijamos, señalemos culpables en los ámbitos en que participemos.
La verdad me molesta venir a manchar un domingo con peroratas estomacales de viseras marchitas. No me gusta hablar desde el estomago porque me salen gases con flama y apestan. Pero todo esto es desesperación inacabada. Y más aún desespero, porque, al menos en una cultura de legalidad, en un entorno de institucionalidad y certeza, con gobernantes trabajando en realidad por el bien común, debería prevalecer la paciencia ciudadana, y acompañarse de confianza y espaldarazo para y con nuestros gobernantes, ya sea porque las políticas públicas comienzan a dar resultados, ya sea por la existencia de una planeación adecuada, y herramientas tangibles de transparencia y rendición de cuentas.
Pero la historia de ahora es la misma a todo lo largo del país, a nivel nacional, municipio tras municipio, serranías carreteras negocios misceláneas, los recónditos valles, en el uniforme y en el escritorio, en lo público y lo privado: todos parecen estar vaciando los bodegones del barco, lanzándose al agua junto con las ratas, en sistémica corrupción donde México parece no agotarse. ¿Quién será aquel que tire la primera piedra?
Que vayamos en un espiral descendente hacia un deterioro institucional extendido, hasta encontrarnos en ruinas, y sobre ellas construir algo nuevo. Es algo que me resisto a pensar como posible, porque distingo retrocesos aun mayores en dicho escenario, que el continuar en el paso titubeante del ahora.
Que vayamos en un espiral descendente hacia un autoritarismo renovado, con un mando de pocos, represión y háganle como puedan. Es algo que me resisto a avalar, convencido de las virtudes de la democracia y de las sociedades liberales modernas.
Entonces, en el muro y en la pared de este laberinto, entre los callejones sin salida de ladrillo, me siento aquí a ver de nuevo la oscuridad de la noche, preguntándome: ¿Quién será aquel que tire la primera piedra?

19.10.10

Revolución y belleza.

Revolución, queja, juventud, belleza, cabellera al viento, bufanda cafe, puño a lo alto, grito enfaico, bandera lineal al centro de la protesta. Que ademas ocurra en Francia = Trending Topic; y de alli las portadas dando por el mundo vueltas.

13.10.10

Algo sobre ese largo dedo tan entrañable.

Desde ayer en la noche he estado pensando escribir sobre Chile y la historia de los mineros.

Habituado --por desgracia, a prácticas y triquiñuelas mexicanas, lo primero que alimentó mi morbo (y dirigió mis naves) fue el manejo mediático y la capitalización política del acto. Pero, sí de puesta pura en escena se tratara, mi inconsciente me decía que algún engranaje funcionaba diferente: había algo original hasta en la sonrisa tatuada de Piñeira, hasta en los abrazos que les dispensaba a los familiares.

Ante el desconcierto traté de encontrar explicación y hebra. Para hacerlo, recurrí a un amigo chileno, cuyo email transcribo abajo con su permiso.

Su tono es también original y convencido: “Gente profesional, haciendo el trabajo como profesional no preocupado de la política y la demagogia, poniéndose metas y planificando bien para cumplirlas”.

Obviamente, no pequemos de inocentes: Maquiavelo también vive en Chile. La diferencia es que trabaja de la mano con todo el país.

-----Mensaje original-----
De: Ernesto Ramos Cobo
Enviado el: miércoles, 13 de octubre de 2010 11:46
Para: Emilio Deik
Asunto: Mineros

Oye lo manejaron muy bien desde el punto de vista de imagen (de chile hacia el mundo).

Que piensas, qué fue porque pineira es un politico empresario o porque es un politico politico? Que se dice por alli del tema?
Como lo ven ustedes desde adentro?

Me interesa tu opinion, quiero escribir mi columna de esta semana sobre eso
-----Mensaje original-----
De: Emilio Deik
Enviado el: miércoles, 13 de octubre de 2010 10:01
Para: Ernesto Ramos Cobo
Asunto: RE: Mineros

Estimado Ernesto,

Déjame darte un contexto, para que puedas escribir de mejor forma tu columna.

Aquí Chile la derecha está relacionada a la clase empresarial históricamente, pero con Piñera, se unió toda la clase profesional y ejecutivos de empresas privadas muy preparados que vieron en este gobierno la oportunidad de apoyarlo desde su lado independiente pero con ideas liberales pro derecha.

Cuando salió electo Piñera, conformo un gabinete de ministros, todos profesionales de elite del país, hablan perfecto inglés el 100% tiene MBA de negocios o especializados fuera e Chile (70% usa y 30% Europa), y un 30% son doctores en la áreas donde se desempeñan. Por ejemplo el ministros de obras publicas era el ex decano de la mejor escuela de ingeniería del país (ahí estudie yo). También esta en el ministerio de justicia, el mejor abogado de la historia de Chile, un abogado amigo mio Felipe Bulnes, de 38 años un talento nunca visto antes, Lawrence Golborne ex CEO de Cencosud, un grupo de
9 billones de dólares, el ministro de salud es el ex director de la clínica privada más exitosa de Chile, cada uno de su equipo son tipos talentosos, no militantes políticos en su generalidad y tipos que viene de hacer las cosas perfectas en el mundo privado.

Entonces cuando Lawrence se enfrenta a este problema, establece un plan de hacer 17 perforaciones para testear si existe vida, al dia 17 los encuentran con un ducto que no mide más de 18 cm, es decir buscan una aguja en un pajar, ahí se asesoran de la NASA (viene un equipo de 10 tipos top) para regular la dieta, etc. Generan un hospital de que los monitorea las 24 horas, existían tipos con problemas dentales, enfermedades al pulmón, diabetes, en resumen alto riesgo. Y planifican la etapa del plan de rescate haciendo tres planes (A. B, C) el plan B tuvo éxito es una máquina que cuesta us$300k x dia, más 1 millon de dólares por la instalación. Preparan a los recastistas 1 mes, diseñan el mejor plan de comunicaciones para las familias, chile y el mundo. Contratan un satélite ara transmitir al mundo la noticia, esa señal la regalan con el objetivo de la transparencia de la información, un riesgo que toman, para demostrar el estilo de gobierno.

Involucran a Codelco empresa nacional de minería, Mineras privadas (brarrick, anglo american, etc.), fuerzas armadas, universidades y el mundo político (la oposición a l gobierno no ha criticado nada al revés se ha unido a colaborar.

Hoy existen 1.500 periodistas de más de 39 paises, que no pueden creer que Chile sea un país tan pequeño y organizado, esta son las mejores cartas de presentación, eficiencia ante la peor desastre minero del mundo, y aquí no hicieron vista gorda no los dieron por muerto y hicieron un santuario, aquí gastaron más de 20 millones de dólares, demotrando que la vida para este gobierno vale y por eso no quiere el aborto.

Magistral no? Gente profesional, haciendo el trabajo como profesional no preocupado de la política y la demagogia, poniéndose metas y planificando bien para cumplirlas, no sabes el orgullo y la emoción que siento, ayer me quede hasta las 4 am viendo como Chile entero se emocionaba hasta las lagrimas por cada minero que volvia a la vida,

Viva Chile!!

9.10.10

Letanía Neutral


… de que el tiempo se escurra sin noticias y la realidad no sorprenda, de eso parece tratarse toda esta historia que no termina de ocurrirme. Es como estar ahorcado por una letanía neutral e incandescente; un caer interminable al abismo de sus ojos.



Ni siquiera la calle logra distraerme. La veo desde mi balcón, adornada de faroles que atardecen, se alarga serpenteando bullicios, lo que me lleva de nuevo a sus ojos negros, al recuerdo de nuestro árbol en esa tarde de pájaros. En la esquina un grupo de estudiantes golpean un poste quitados de la pena, los veo gritar, correr carcajeándose. Pero en realidad la estoy recordando.


Allí a la izquierda, a un costado, está esa tintorería, por ejemplo, en los bajos del que fue tu edificio, y pasos más al frente la escalera sumida gastada que da al subterráneo, accede al rio de autos por donde solías marcharte. Ahora todo parece fluir adormecido. A mi lado los arboles cambian de color apenas temblando. Los negros desagües del edificio vecino parecen verticales insectos doblados. El viejo con sombrero de flores escupe gargajos a los peatones.


La primera vez que te vi fue justo en esa calle. Yo había salido al balcón a fumar, como ahora, y mientras la ceniza deshaciéndose, surgiste caminando, cruzando cuidadosa el paso de cebra, esperando un taxi, agarrándote el pelo, cerrando los ojos…: mujer de zancada grande bajo la lluvia. Pero eso fue hace tiempo, sin embargo, antes que me adiestraras sobre las capacidades recovequiles de la lengua, o que me enseñaras a chiflar sin los dedos.


Sobre lo primero necesitaría más palabras para hablar, y huidizo buscaría un vocabulario mas liquido, digamos, para ahondar en vértigos, y para lograr que estas gotas aceitosas mojen solo con la puntita esa línea erizada de piel, y rozarla así, nada más, con el borde, muy despacio…; sobre lo segundo, emulando a Cortázar, debería bajar corriendo la escalera que da a la calle hasta el domingo 7 de noviembre, justo un año atrás, uno baja los dos pisos y ya es el domingo, y casi me atropella tu chiflido al taxi, desde la banqueta lluviosa.


¿A dónde vas? –alcancé a preguntar.


Pero tu respuesta, más que un silencio, fue estamparme la puerta en la jeta con un chin-ga-tu-ma-dre quedito no estés molestando.


“¡Ah cabrón --pensé…, esta pinchi vieja si se me alucinó de plano!” Pero no me desanimé, y continué con mi vida.


Así que un mes puede pasar rápido, sin lugar a dudas, y desde el balcón respirar, entrar, cruzar, acceder, bajar, comprar, regalar, gritar y, principalmente, observar…, y del balcón a tu información media un paquete de post its, más o menos los necesarios para importunarte: la hora exacta en que salías a la parada del subterráneo, por la mañana, aun con el pelo húmedo.


Entonces un circunstancial cruce de caminos comenzó a suceder con consistencia de magia. Su piel era transparente, la cabeza redonda, sus ojos negros, arracada sutil apenas rozando el pliegue superior de la oreja derecha, una zancada grande de andar y volver y regresar, así durante todo el día. Hubo algunos encuentros iniciales que recuerdo nítidos: en el supermercado moviendo el letrero del precio en el montículo de fruta, o en la tienda de Té, levantando la nariz mientras abanicaban los olores del bote metálico.


Pasaron las semanas, hizo un poco más de frio, y nuestras costumbres conectadas acrecentaron los encuentros, y entonces la indiferencia esbozó media sonrisa. Las palabras surgieron en una tarde de plaza: y otro día por primera vez nos rozamos las manos. La autentica carcajada echada atrás, que se veía venir, y que después explotaba entre dientes como grito cavernario. Una tarde, quitada de la pena, mencionaste estar en tus días y que andabas liadilla. Te encontré después en una tienda con el disco de Radiohead en la mano: “Creep” –dijiste al despedirnos, con una sonrisa que no acabo de descifrar, y aun no sé si a mi te referías. La primera vez que entraste a mi departamento hablabas de Nirvana.


“Se suicidó, sabes, Kurt Cobain?” “Ya no pudo vomitar tanta autenticidad”.


“Fíjate”: --decías enfática: y ponías el video del hombre que vendió el mundo, el de Geffen Records, y lo escuchabas con una mirada que no era tuya, que no existía, la ideal para acompañar a esa guitarra llorando.


A partir de esos días y durante los meses siguientes nos fuimos fraguando. Nuestros cuerpos comenzaron a cohabitarse con frecuencia, su lengua a desinhibirse mostrando atributos, la toma de casa lenta y sin hostilidades, de ropa imperceptible inundando las repisas. Esos fueron días de luz, pero también de silencio. Algunas veces por las noches no había palabras, aunque yo lo intentara. La veía encerrarse en el baño, extrañamente, durante horas, y solamente la luz al fondo del corredor, desde donde escuchaba sus ruidos. Después quitada de la pena hablabas de alfajores, que íbamos a comprar calle arriba. Otra noche ruidos y luces y encerrada de nuevo por horas, y no se que más decir. No quiero hablar porque nunca lo entendí. Cuesta incluso trabajo escribirlo. Eran como yagas pero como que en la palma de la mano unas marcas rojizas, y no me contestaba y hasta mañana, recargada en la almohada, sin hablarme.


Y el día siguiente mostraba un fluir sin evasivas: ¡vamos nada más a caminar! ¡Siente el viento, con confianza, el mundo está abierto, chifla, hazlo así! --me gritaba, ¡hazlo sin dedos!, con la cara al viento, ¡súbete a esta piedra!


Y por la tarde Freddy Mercury frente al piano.


“Pocos como él” --decías, hablando de Freddy por media hora, sus costumbres, su vida, siempre Freddy. “¿Sabías que nació en Zanzibar y descendía de persas?” --preguntabas, sobando tu panza liquida, con un ademan circular para invocar a la fuerza.


Y después la madrugada la pasábamos sumidos en el vertiginoso encuentro de nuestros cuerpos.
Y el día siguiente, o las semanas siguientes, de nuevo tus rutinas en el baño, la luz, el largo corredor, tus marcas rojizas, el silencio…


!Te lo dije desde el primer día! –respondiste de mala gana esa noche: un chin-ga-tu-ma-dre quedito no estés molestando.


Y no te volví a ver. Esa mañana nos despedimos cada quien a sus ocupaciones, y desapareciste desde entonces. Ignoro cualquier detalle: es como estar ahorcado por una letanía neutral e incandescente.

25.9.10

El Idealista Maltrecho

Estas letras a propósito de la conferencia de Sergio Fajardo, y de algunas vivencias especificas vinculadas con conceptos que el colombiano abandera.

Primero hablaré del proyecto urbanístico High Line de Manhattan. Icono mundial de redestino de infraestructura urbana, de utilización del espacio público como parte de esfuerzo integral para combatir zonas deterioradas de alta criminalidad. Es un parque público construido en abandonadas vías de tren, que culebrea unas ocho cuadras desde la Washington y la Gansevoort hacia el norte. Un armatoste de metal oxidado tornado en verde, que corta de tajo el Distrito donde se Empaca la Carne, justo la zona de la parte baja de Manhattan, donde viví cerca de tres años a mediados de los noventas. Esa vivencia entrañable en esa ciudad, me llevó a experimentar en carne propia esa zona devastada.

Obviamente la juventud y su curiosidad, la fascinación por los trasfondos que la Gran Manzana ofrecía, me obligó a sumergirme en los sitios asociados al jazz, la música, el sexo, la droga, especialmente en ese distrito neoyorkino de los empacadores de carne. Recuerdo el Cooler, clavado en las catacumbas, donde tenias que sacar de los escusados a los junkies pinchándose en el pene con los ojos blancos. Desnudos rapados defecaban en los mingitorios. Chicas sin bragas prostitutas perdidas vestidas de enfermeras vomitando bilis en la banqueta llorando. Y en el Vault estaba prohibido intercambiar sangre.

Pero eso fue entonces. Porque hoy, 15 años después, justo esa zona es polo turístico, gastronómico, enclave de la moda, hervidero de sucesos, generador de plusvalías. Y en el centro de esa transformación, High Line es moño verde y alargado, que decora un esfuerzo y estrategia integral de regeneración, de coordinación entre lo público y lo privado. Viví esa zona antes. La he visto ahora. Y les puedo decir que es posible cambiar las cosas.

Pero lo que en realidad me deschaveta es como lo hicieron. Vayan ustedes a www.highline.org y píquenle en historia. Verán como los vecinos, desde lo individual, lucharon para la preservación y el reuso de esas vías elevadas como espacio público. Trabajaron e hicieron a las autoridades un plan. Insistieron y tocaron puertas. Empujaron y se hicieron oír como ciudadanía responsable. Y, como resultado, al día de hoy, es posible subir a ese prado alargado, y con el viento frio sentirte vivo.

La visita de Fajardo ha reafirmado mi convicción de que la creación de espacio público es fundamental en la búsqueda de cohesión social. Y también del compromiso ciudadano.
Justamente, el pasado febrero escribí en esta misma columna, sobre Fajardo y el espacio público: “es prioritario, a mi considerar, una política urbana de vanguardia que haga ciudad. Que procure sitios donde el ciudadano se encuentre y se reconozca, lugares que en sí mismos inviten a la comunión con el Otro.”

En ese entonces, en febrero, precisamente motivado por comentarios positivos a ese editorial, por la historia de participación ciudadana detrás del éxito del High Line, y guiado por un idealismo maltrecho, pero aun existente, me puse a trabajar de la mano con Issac Broid, arquitecto ganador de la bienal de arquitectura 2008, verdadero mounstro del espacio, y amigo cercano de Giancarlo Mazzanti, arquitecto de la premiada Biblioteca España de la alcaldía de Medellín. De nuestro esfuerzo resultó una propuesta específica de intervención urbana en Torreón, que le hicimos llegar a Eduardo Olmos. Solicitaba apoyo, desglosaba pasos concretos, esbozaba vehículos jurídicos necesarios, y planteaba la existencia de una estrategia mercadológica, encaminada a buscar una opción autofinanciable.
La propuesta a Olmos decía: “Los engendros desarticulados de los que hablo, no son más que el resultado de pensar que la solución contra la violencia de las ciudades es la creación de pequeños guetos protegidos. Eso nos ha llevado a concebir la ciudad como una simple suma de elementos aislados, casi independientes, que se unen por las vías de los automóviles. Una visión miope, sin lugar a dudas. A mi considerar es posible recuperar la seguridad pública, y la convivencia ciudadana, en la medida que rescatemos nuestros espacios colectivos, en el momento que el ciudadano se apropie de los sitios de convivencia que le corresponden. Lo haremos con énfasis en los espacios colectivos”.
Y esbozaba a detalle:
“El concepto general es aprovechar la anchura de algunas calles del centro, y hacer en ellas pequeños parques. Aquí desearas seguramente cerrar la página, identificando algo irrealizable: calles comprometidas, tráfico, inviabilidad política. Pero no. No propongo intervenir todo el ancho de la calle, sino sólo una franja lateral. Tenemos calles de 21.5 metros de ancho por 85 metros de largo, algunas subutilizadas por la vialidad. Identifiquemos aquéllas calles equidistantes a grupos de población desatendida, susceptibles políticamente de intervención en un carril, sin comprometer la vialidad.”
“Una vez determinadas las franjas exactas, insertemos en ellas pequeños parques lineales de 85 metros de largo por 7 de ancho. Visualicemos en el centro cinco chorizos arquitectónicamente atractivos, que en su diseño mismo potencien el comercio aledaño y respeten la banqueta. Coloquemos en ellos mobiliario de vanguardia en forma de juegos y de bancas, con los mejores estándares de acabados y diseño. Trasplantemos árboles frutales que den buena sombra, para disfrutar el sabor y aroma de las frutas. Pongamos piso blando para juegos infantiles, chorros de agua para los niños con sistema sustentable de reciclamiento, y hagamos que nuestro caluroso verano se llene de agua, refresque, reconforte y solidarice haciendo ciudad. Hagamos lo más bello para la zona más golpeada.”
“No se trata de decir adiós a los coches, ni limitar posibilidades a los locatarios cercanos. Al contrario. Las plusvalías se mostraran naturalmente, a la par que se atiende la urgencia ciudadana de sitios dignos para el esparcimiento. La recreación traerá familias más sanas, liberará presión familiar, las madres no estarán encerradas durante toda la tarde con los niños. El encierro de ahora genera insatisfacción, frustración, violencia domestica en el nivel micro, ecos en lo macro, patologías sociales.”
Debo decir que no he tenido respuesta alguna de Eduardo Olmos respecto a la propuesta del pasado febrero. Su mutismo, sin embargo, no desalienta. Entiendo de tiempos, de presiones, y de una coyuntura de seguridad delicada, que ha exigido toda su atención, responsabilidad y fuerza. Sin embargo, me parece que el ruido generado por la visita de Fajardo, abre una rendija al sueño de este idealista maltrecho. Tener esos parques llenos de luz y de agua y de frutas, allá, en nuestro centro, contiguos a donde todo empezó; para mi podrían ser parte de una estrategia integral.
Así: si hay rendija que abrir, la visita de Fajardo se torna herramienta. Aplaudo entonces la iniciativa del gobierno de analizar ideas nuevas bajo un marco de transparencia. Y precisamente por ello pongo ahora la propuesta concreta ante los ojos de la ciudadanía. Y los invito a analizarla con la seriedad que la situación merece.

18.9.10

Rastro Invisible

Fue en un día lejano cuando coincidimos de nuevo –y por última vez, en el fondo esquinado del parque.
Si mal no recuerdo nos encontramos un sábado, en ese sitio donde unos y otros sólo se murmuran a veces, y si acaso se dirigen la mirada, es muy de vez en cuando; excepción a sus encuentros furtivos.
Tal fue nuestro caso, al menos de principio.
Después pasó el tiempo desmoronándose todo, y cruzando no sé qué palabras repetiste la palabra Celos. No me importó. Yo levanté la cara a los arboles, deseando quedara claro, que no había venido a experimentar con gritos; a los delatores, prefiero, cerrarles los espacios. Pero entonces, en ese largo parque, y en esa banca lejana, parecíamos, entre una oscuridad ficticia, dos cuervos sin buscar algo. Te adelantabas manoteando confesando sin razones, casi me gritabas salivando. Tu gabán azul, taladrada la arracada al pezón, una línea negra tatuada bajo tu pestaña, remataba flecha curvilínea justo al borde de la frente. Recuerdo que salivabas y que me gritabas a centímetros de distancia.
Pero… ¿ya conté de donde venía yo, o que hacia allí?
En realidad no sé si ya lo dije. Tanto ruido y violencia desubica, se vuelven incoherentes las historias, se resisten los recuerdos a formarse como solían hacerlo. Yo solo sé que ese parque existía, y que cuando entraba la noche lo visitábamos como fantasmas. Sus abismos servían para desaparecer de la vida, para husmear la presa siguiente, sus hábitos, manías, sus momentos de descuido; caminaba lentamente por sus bordes, en el interior por sus senderos, con un olfato atento, casi todos los días, entrada la noche. Me sentaba en alguna de sus bancas frotándome los nudillos en la madera crujiente, hasta que algo ocurría, hasta que se manchaba de sangre.
Regresan entonces a mi memoria sus gritos, salivando en esa oscuridad ficticia:
“!un cuchillo a todo lo largo, o la segunda falange, nada mas…!”.
“¿Hay diferencia?
¡Ehhh!
¿Sangrará igual?”

***

No puedo continuar narrando al detalle porque nos invadió la violencia y es difícil recordarlo. Tengo en la memoria un gusano que taladra: el vaho caliente de un cigarro oscuro, las cicatrices en sus pliegues, su sexo húmedo, cuando empezó todo. No puedo narrar al detalle porque fue como cuando en un cruce de cebra, por ejemplo, de una calle a otra, una llanta desparrama el cuerpo de un pájaro, y no reparamos si es chanate o chilero: es pájaro muerto que un niño levanta sin asco del ala; y su sangre, que pesada cae del pico, se asemeja a esa otra, que también circular y espaciada, se fue salpicando a lo largo del piso, dejando las etiquetas precisas que después marcarían un rastro.

16.9.10

Julio Cortázar sobre el Jazz, y un pequeño fragmento de la La Vuelta al Piano de Thelonious Monk.




Ahora se apagan las luces, nos miramos todavía con ese ligero temblor de despdida que nos gana siempre al empezar un concierto (cruzamos un río, habrá otro tiempo, el óbolo está listo), y ya el contrabajo levanta su instrumento y lo sondea, brevemente la escobilla recorre el aire del timbal como un escalofrío, y desde el fondo, dando una vuelta por completo innecesaria, un oso con un birrete entre turco y solideo se encamina hacia el piano poniendo un pie delante de otro con un cuidado que hace pensar en minas abandonadas o en esos cultivos de flores de los déspotas sasánidas en que cada flor hollada era la lenta muerte de jardinero. Cuando Thelonious se sienta al piano toda la sala se sienta con él y produce un murmullo colectivo del tamaño exacto del alivio, porque el recorrido tangencial de Thelonious por el escenario tiene algo de riesgoso cabotaje fenicio con probables varamientos en las siertes, y cuando la nave de orcura miel y barbado capitán llega a puerto, la recibe el muelle masónico del Victoria Hall con un suspiro como de alas apaciguadas, de trajamares cumplidos. Entonces es Pannonica, o Blue Monk, tres sombras como espigas rodean al oso investigando las colmenas del teclado, las burdas zarpas bondadosas yendo y viniendo entre abejas desconcertadas y exágonos de sonido, ha pasado apenas un minuto y ya estamos en la noche fuera de tiempo, la noche primitiva y delicada de Thelonious Monk.

La vuelta al piano de Thelonious Monk (fragmento), Julio Cortázar.

15.9.10

Las líneas de la mano (Julio Cortázar)



De una carta tirada sobre la mesa sale una línea que corre por la plancha de pino y baja por una pata. Basta mirar bien para descubrir que la línea continúa por el piso de parqué, remonta el muro, entra en una lámina que reproduce un cuadro de Boucher, dibuja la espalda de una mujer reclinada en un diván y por fin escapa de la habitación por el techo y desciende en la cadena del pararrayos hasta la calle. Ahí es difícil seguirla a causa del tránsito, pero con atención se la verá subir por la rueda del autobús estacionado en la esquina y que lleva al puerto. Allí baja por la media de nilón cristal de la pasajera más rubia, entra en el territorio hostil de las aduanas, rampa y repta y zigzaguea hasta el muelle mayor y allí (pero es difícil verla, sólo las ratas la siguen para trepar a bordo) sube al barco de turbinas sonoras, corre por las planchas de la cubierta de primera clase, salva con dificultad la escotilla mayor y en una cabina, donde un hombre triste bebe coñac y escucha la sirena de partida, remonta por la costura del pantalón, por el chaleco de punto, se desliza hasta el codo y con un último esfuerzo se guarece en la palma de la mano derecha, que en este instante empieza a cerrarse sobra la culata de una pistola.

“Historias de cronopios y de famas”, 1962

11.9.10

Un breve e inocente posicionamiento a (des)tiempo


Me pongo a escribir como una forma de gritar: sin menguar en el esfuerzo, convencido de que hay salidas.


En su faceta de ensayista, Jorge Volpi dice que “a los latinoamericanos no nos distingue nuestra fantasía, sino nuestra resignación. Resignación –continua Volpi— de turbio origen católico que explica el conformismo que nos convierte en súbditos dóciles, en bien dispuesta carne de cañón, en sucesivas victimas del colonialismo, el imperialismo, el comunismo, el capitalismo y el pos colonialismo”.


Su concepto clave a resaltar es “súbditos dóciles”. Atreviéndome, a la vez, a definir el mencionado pos colonialismo, como el régimen oligárquico de poderes facticos, que administrando la desigualdad nos gobierna.

Así, resignados, súbditos dóciles, acostumbrados a vivir y luchar en un país creado a base de privilegios, no conocemos otra cosa, sino una cotidianidad de favoritismos: el esquema opresor de facto en el que vivimos. Esa desafortunada creación histórica (nuestra sociedad, nuestro lugar y voz en la sociedad), se distingue por una limitada capacidad de exigencia, al grado que el estomago del país se ha distendido sin contrapesos, hasta límites hace años insospechados. Ahora, justo en estos días que coinciden con la efeméride del bicentenario, somos testigos de una amalgama compleja de circunstancias que invita a pensar, que demanda atención y, sobre todo, y ahora sí, al margen de lo turbio del tatuaje católico (siguiendo con Volpi), que exigen actuar sin resignación:


(i) el existente racismo étnico y de clase, herida que polariza el dialogo; (ii) el inacabado esfuerzo por construir un Estado de Bienestar; (iii) el embrutecimiento televisivo y sus creaciones electorales talladas a mano; (iv) el impacto de una crisis económica de proporciones mundiales; (v) el entronamiento de Don Dinero, producto de la masificación global del consumo; (vi) la explosión demográfica y el chingatal que somos; (vii) la reconfiguración de la pirámide poblacional, la mayor generación histórica de mexicanos en edad productiva; (viii) la ausencia de oportunidades atractivas para nuestros jóvenes; (ix) la confluencia del primer/tercer mundo, que este país sufre y goza; (x) el crecimiento en infraestructura y la consecuente movilidad masiva de personas; (xi) la planeación urbana que no hace ciudad; (xii) la ausencia de herramientas básicas educativas para discernir conductas ilegales; (xiii) la desastrosa educación y el sindicato de maestros; (xiv) la debilidad institucional para encausar la transición democrática; (xv) lo brilloso del billete verde que todo lo deslumbra, y su capacidad corruptora en los jóvenes; (xvi) la ceguera ciudadana en temas públicos; (xvii) la creencia (herencia) extendida de que el ejercicio del poder público es con fines particulares; (xviii) la pendejez melancólica y solitaria de creernos los mas chingones; etc., etc.

Usted sígale. Los catálogos están hechos para completarse, y a través de ellos se distingue la compleja gravedad de la circunstancia, la imperiosa necesidad de acción, de cambio. No debemos resignarnos a permanecer mudos, ni a que se siga administrando la decadencia, ni a que se agote una generación más, y la que sigue, y así, continuamente, por los siglos de los siglos, amen. No resignarnos a que regrese el mismo PRI y parezcamos detenidos en el tiempo. Ni a que quieran vernos cotidianamente la cara de pendejos con simulaciones. Ni resignarnos a permanecer en la oscuridad, a no entender los orígenes, causas, efectos, porque solo con información la cotidianidad cobra sentido, y entonces podremos remar a donde queramos hacerlo.


No resignarnos a que parezca imposible participar fuera de los moldes, enmudecer: Díganme: ¿quiénes son los que están tomando decisiones en este país? ¿Tienen las capacidades técnicas para orientar nuestro progreso –tienen el entendimiento medular del reto actual? ¿Acaso este país se merece improvisados, construidos en base a su copete?

No resignarnos a no hablar de lo insensato, a no alzar la voz sobre lo burdo, sobre la burla, sobre las acciones irregulares que nos han orillado al deterioro de este país. Si. Debemos denunciar y poner en tela de juicio las acciones irregulares, lo burdo traposo. Y, predicando con el ejemplo, diré que me parece pragmático, al grado del cinismo, ese producto mercadológico Peña Nieto, que si todo sigue igual, será nuestro Presidente. Nuestro guía, nuestro gurú, el hacedor del progreso, el tomador de las decisiones, el mero-mero matraquero. ¿Quién es? ¿Qué intereses representa? ¿No acaso es un títere de Televisa, y la continuación de lo que venimos diciendo? ¿De qué son sus pies, sino de barro?

Perdóneme al que le duela, al que haya destinado todas sus energías a ese proyecto, pero la forma en que han conducido a Peña Nieto a acceder a la silla presidencial, no es ya aceptación tácita, sino hecho expreso consumado, de que nuestras estructuras políticas, que se dicen democráticas (δημος: demos: pueblo: de todos), están cooptadas por un poder factico que controlan pocos; están maniobrados por el poder de las televisoras, cuyos contenidos, por lo demás, siempre se han caracterizado por su mediocridad idiotizante. Perdóneme al que le duela, pero para mí es más claro que el agua: ese particular proyecto priista/televisivo Peña Nieto, es a todas luces un retroceso a la transición democrática que creímos emprender, la que en algún momento nos entusiasmó. Si sus simpatizantes no lo ven con tal claridad, me parece increíble –debo decirlo, pero también entendible en este zoológico México convertido, donde el cinismo individualista todo lo privilegia.


Podrán avasallarnos con sus auditorios llenos, con toda la plana y el poder en sus manos. Pero no podrán llevarnos a la resignación muda. Las causas, los factores, la suma compleja: lo tenemos todo, usted súmele; pero no añadamos –a ese catálogo de desavenencias, la muerte de la esperanza demencial que esto se componga, tarde o temprano.
Version Siglo de Torreón: http://t.co/nouigRs

5.9.10

Modelo para Armar (o sobre los decididos machines)

¿Nos debemos a una tierra? ¿Debemos permanecer en ella en las buenas y en las malas? ¿Bastan solo las ópticas particulares?
La respuesta depende –como todo, del cristal donde se mira. Todas las decisiones merecen respeto. Nadie es imprescindible. Nadie es necesario.
Pero eso sí: no necesitamos en este país a pesimistas inmóviles en queja perpetua, inútiles y absurdos acrecentadores de sicosis colectivas. Aquí queremos a los decididos machines que desde la sociedad civil se aglutinen para exigir el cambio. Espero que este mínimo Modelo para Armar sea de utilidad para que el que quiera tome las decisiones que le plazcan.
He estado conversando con alguien en la disyuntiva de marcharse a Estados Unidos. Sus circunstancias son las siguientes: casado con tres hijos, todos con visa de turista, un hijo por entrar a la adolescencia, US$230,000.00 líquidos en el bolsillo después de quemar las naves, una maleta de sueños aun por cumplirse. Habiendo visto poco progreso en este México de crisis recurrentes, la escalada de violencia le preocupa sobremanera, principalmente por la edad de sus chicos, y por ello han decididos marcharse.
Dejar el empleo, por parte de él, no representa mayor desprendimiento. De cualquier forma “ya estoy hasta la madre de las ñoñeces de mi jefe el lunes tempranito”. Por parte de la madre, tampoco hay mayores ataduras que les impida marcharse. Familia tienen, y la tienen cercana, pero es secundario tenerlos lejos -según me ha dicho.
Según sus cálculos el billete les aguantaría poco más de dos años con los bolsillos apretados. No tener ingresos es un escenario pesimista. Están ambos consientes de que deben producir, y que esa mudanza es un salto al vacío definitivo “por nuestra seguridad y para darle mayores oportunidades a nuestros hijos”.
¿Qué van a hacer entonces?
Primero que nada constituirán una LLC, y como empleados de dicha sociedad, regularizaran el estatus migratorio de todos. Se puede cruzar como turista y después hacer el papeleo. Un abogado les organizará la historia por unos US$8,000.00 dólares, más o menos, según me dice: “le estoy negociando al cabrón del abogado, pero no se deja, tu sabes…, with the money dance the dog, con dinero baila el perro, el piporro se escucha machin del otro laredo, ¿no crees?”.
El tema migratorio es para ellos de mayor importancia. Estando legales todos vamos a tener acceso a servicios públicos, educación, salud, y los chicos seguirán estudiando. Subcontratados por la empresa, siendo ambos profesionistas, podemos prestar servicios a terceros, o comercializar productos mexicanos, o pasar los primeros meses buscando oportunidades para después atacarlos del todo. Algo encontraran –me dice: “cuantas veces no has escuchado eso de ¡que quien es trabajador en ese país, tiene alternativas! ¡esa es la tierra de oportunidades! ¡el sueño americano!”
Me dice que ya han echado números, “bien apretados, pero ni hablar” En El Paso, por ejemplo, una renta de un departamento puede conseguirse a 1,000 dólares mensuales. Eso podría ser buena opción para empezar. Podría ser atrás de Sunland. Residir legalmente en buena zona significa acceso a las mejores escuelas públicas para los chicos. Ya las hemos visto bien. Incluso avalados por la empresa podemos tener un financiamiento, y comprar una troquita de las suaves gabachas. Eso lo tenemos claro. No podemos parecer jodidos advenedizos, porque eso trae mala suerte. Debemos parecer acomodados, por lo menos. Fingir que su patrimonio corría riesgo en un México inestable, y hacernos los importantes en una mudanza necesaria. Eso es muy importante. Así la misma raza mexicana que anda por allá nos abrirá las puertas. El deptito va a estar pinchi, pero será temporal, vas a ver...
Le pregunto y me dice que sí, que sí ha leído las declaraciones recientes de Lorenzo Zambrano, el mandamás de Cemex, caca grande de Monterrey. Coincide con él en lo fundamental, pero piensa que Zambrano habla desde un estado de cuenta con saldo asumido y circuito cerrado. Por eso, sus opiniones sobre traición, sobre dar la espalda a México, o cualquier sentimentalismo del tipo, le valen absolutamente madres. Aquí cada quien hace lo que quiere.
Yo lo único que tengo es el análisis con mis dólares ahorrados y mis tres chimpayates. Por allí tengo que empezar. Es cierto, la moralina de vez en cuando me toca la espalda, me mueve el piso. Fui educado en México y Mexico me dio todo. La posibilidad de crecer con costumbres entrañables, de formar familia y ver crecer a sus hijos.
Pero eso es corazón –me dice, y ya no puedo pensar con el corazón. Ni con el estomago. No me
importa comer toda la mierda de allá.
Es cierto, me voy bien jodido, pero estoy hasta la madre de tanta tranza. No puedo ni salir a la calle. Veo ojos que me amenazan en todas las esquinas. Esto nunca se va a componer –me dice, y así le sigue, y no para, y hoy por la mañana me habló por teléfono de nuevo.
Yo ya le ofrecí ayuda, para lo que vaya necesitando, en el límite de mis posibilidades. Me urge que ejecute su plan lo más rápido posible.

28.8.10

Parpados Pesados

A uno se le antojaría que las palabras dijeran otras cosas, o que simplemente no se empeñaran para ser escritas, y que el silencio se apoderara de todo. Se pasarían más felices los días, o la existencia sería más llevadera, sí del ente racional que nos preciamos de ser, se mutara a un simple y voluntarioso armatoste hedonista, al que nada le importa. Me refiero a las preocupaciones, ya saben: la inseguridad, la situación política, alimentar, ser alimentado, progresar, satisfacer gustos. Mantener, al fin de cuentas, una línea de estatus ascendente. Ir bien, por lo menos.

Tengo un amigo al que dicen que le ha ido mal. Anda con pantalones gastados y ya pocos de sus conocidos lo saludan.

Imagínate –me dice, por fin estoy solo. Por fin vivo sin interrupciones.

Aprendes a tolerar las primeras veces en que te dan la espalda, y después todo se vuelve más sencillo, y empiezas a ser más libre.

Ahora por fin me he dado cuenta de lo poco que necesito. Eso es lo que me dice.

Quizá su filosofía sea el resultado de un mínimo amor propio, origen del fracasado. Quizá simplemente decidió no luchar. Prefiere la placidez de la suela despreocupada, que recorre las banquetas de la ciudad sin destino, al hermetismo en ocasiones sin sentido de la cómoda oficina, del billete quincenal, de una añorada seguridad imposible.

Quizá la palabra equilibrio es algo de lo que todos hablan, pero pocos gozan.

Una vez caminando en un bosque me tocó ver un tronco rodeado de mariposas, al que todas querían trepar, llegar hasta arriba, ignorando que las esperaba para devorarlas un murciélago, que con sus mamíferas alas extendidas se parecía tanto a ellas; ahora pienso que en realidad gozaron ser la digestión de llegar a la cima.

Conozco personas que conocieron a los hijos de sus patrones, y que los trataron primero como niños por años, después los vieron crecer, y ahora se les humillan, les agachan la cabeza y les rinden pleitesías, todo para preservar sus trabajos; ahora pienso que esos niños, los adultos de hoy, están convencidos que eso también significa selección natural.

Esas luchas por el estatus tienen múltiples vericuetos. Hay quienes en sus esfuerzos indecibles por alcanzarlo, se refinan catando circular los caldos selectos de la vid más exclusiva. Es un gozo tener un auto lustroso a la puerta. Disfrutar los olorosos contornos de un Eames con Ottoman negro. Pero se ganan y se pierden cosas. No cabe duda que Neruda terminó siendo un burgués. Lo delatan sus casas y sus colecciones insólitas. Recuerdo haber oído murmurar, en los barrios bajos de Valparaíso, que justamente por burgués lo habían corrido de algunos bares cutres del puerto. Él siempre quiso seguir siendo pueblo cuando ya no lo era. Su refinada manera de escalar tuvo cierto gesto de bofetada falsa, por eso nunca estuvo a salvo de todo, y no lo ayudó ni su boina gris ni el corazón en calma. Traiciona dejar de ser yo.

Aquí la quietud invade los espacios y la noche también invade estas letras. A veces uno anhela que la estupidez se haga a un lado. A veces uno quisiera simplemente ser un yo mismo. Pero desespera al darse cuenta, incesantemente, diariamente, que hay demasiadas distracciones como para lograrlo. Vemos a los lados y envidamos y tratamos de ser lo que no somos. Bostezamos, por las mañanas, y nos pesan los parpados, mientras alrededor de todo el tiempo sigue pasando. No sé. Pero a veces desearía que las palabras no se empeñaran por ser escritas.

25.7.10

La Misión

I.
Su segundo nombre era fracaso, por lo que abrazaba la gradual posibilidad de éxito como una suerte de venganza de los raros. Esa palabra: LA GRAN V, era en su diccionario algo más que un objetivo, era su segunda naturaleza moldeada a punta de pisotones reiterados: vengativo. Si todo iba bien, y no había razón para que no fuera así, el orgullo le levantaría la mano y la masa sucumbiría alabándolo.
Pero para lograrlo debía darle al tiempo la justa cadencia y dejar a un lado los modos impetuosos de su primera juventud.

¡Debo demostrarlo! –pensaba, y lo exclamaba en voz alta, con toda la boca, mientras su cara redonda se reflejaba al espejo, un rosado pedazo de carne con ojeras y dientes amarillos.

Cualquier desperfecto fisiológico le resultaba secundario. Con una sola mirada sabia identificar las ambiciones en el prójimo que provocan desvelos, o las causas de los sinuosos desajustes en el psique humana, acompañado su instinto por una ardua preparación de años. Atrás habían quedado sus tropiezos académicos, sus despistes afectivos, o el rencor que sentía cada vez que un conocido tenía fortuna. Ahora sus limitaciones mutaban herramienta. Era capaz de engañar con su tartamudeo originario, o por lo menos provocar lastima, y con una breve modulación de voz podía desnudar el rigor de un funcionario, corrompiéndolo sin compasión en la ventanilla misma. Conocedor del juego de las corruptelas, sentía la obligación de actuar, al margen de capacidades imperfectas.

Porque no es fácil salvar un país –trataba de explicarse, nunca nada me ha sido fácil. Hablaba en voz alta, abriéndose del todo como si los glóbulos oculares quisieran salirse. Nunca nada le había sido fácil. Además su segundo nombre era fracaso.
Justo en el baño donde se arreglaba se quitó la corbata porque le pareció innecesaria. Realizó una especie de acto simulado de lavarse los dientes, rechinando el dedo índice en los frontales, golpeándose después la timba a manera de tambores. Desde siempre había estado al margen de sentirse cómodo con su cuerpo. Acostado boca arriba, ni siquiera se veía los pies, y la noche lo despertaba con flatulencias intestinales que llenaban de hedor las cobijas. Tal vez de allí nació la raíz de su cinismo. Se decía fanático del horno holandés, de desenmascarar a los falsos, de confrontar al primero que asomara.

Por eso se había puesto como objetivo el poder político, y el desmoronamiento del sistema requería de medidas extremas. Sabía que no tenía nada que perder. No le importaba si los políticos se defendieran con mañas y lo amenazaran con tambo. De cualquier forma estaba solo en el mundo. Carecía de padres, de hermanos, de parientes, de propiedad alguna. El pequeño cuarto que rentaba le alcanzaba regenteando una tienda de costales de lona, donde había hecho sus primeros pininos con funcionarios de protección civil. Su potencial había crecido gradualmente, una vez hizo desistir a un policía usando la técnica del cínico influyente, hablándole firme: “lléguele maestro, váyase a molestar a otro lado, ¿que no sabe con quién está tratando?”, sucede que sirvió, mágicamente. El mozalbete era apenas cadete de la Academia, y sorprendido por el rigor, y temeroso, se lanzó a relumbrar la charola por otras calles del centro, viéndolo marcharse cabizbajo celebró con un gas hiriente.

Ese fue un acto limpio anti-autoridad, rápido cual dardo, que apenas duró un minuto. Tan fácil y tajante, que incluso le provocó una especie de adrenalina en el cuerpo de corto circuito, como cable que calcina el miembro, y entonces sintió poder, pero más bien otra cosa broto del fondo de su cerebro: por fin una luz en el camino: la posibilidad de libertarse de un contrato que él no había firmado.

La idea por fin se había fraguado: utilizando su capacidad corruptora pondría fin al inquisidor flagelo de un estado injusto e ineficiente.

Ahora se sentía maduro. Seguro de sí mismo. Y probablemente por ello, o justamente por ello, un acto de inspiración le hizo regresar al espejo, anudarse lentamente la corbata, no ya tembloroso, no ya apurado, sino la tela plegándose justa, tensándose lo correcto, un nudo impecable decorando su cabeza como un moño floreado. De ahora en adelante –se dijo a sí mismo, debía parecer presentable. Para su gran obra era fundamental parecer honorable.
II.
Era tan asiduo al tropiezo, que asumía sus breves éxitos como si fueran venganza. ¿Contra quién? Tal vez nunca lo sabremos. Además, no es este lugar para ahondar en rencores pasados, ni para justificar agravios y consecuencias, o las manías detonadas a raíz de los mismos. Aquí solamente lo que queremos es contar la historia de un iconoclasta del tiempo.
En el caso particular de él, si por alguna causa, el espejo lo mostrara desconectado de su otro yo, atiborrado de antidepresivos, en ceguera de sentimientos, él lo achacaría a los abusos que el sistema le había infringido. Su especialidad era buscar culpables. Ese cuerpo gordo, relleno de hamburguesas y de gases, era algo que él podía controlar cuando lo quisiera, según lo decía en voz alta, mirándose al espejo. Él podía terminar cuando quisiera una vida plagada de hubieras.
No debe por ello sorprendernos verlo guardar de nuevo la corbata, y seguir sus movimientos lentos doblándola en cuatro partes. Indecisiones semejantes eran recurrentes, no solo en su vida, sino en su entorno entero. Así había sido el día a día de su padre, así los cambios frecuentes de humor de su madre que apenas recordaba, así su juventud entera, sumida en una soledad creciente. Odiándolo todo, y con un hartazgo caliente a su alrededor, apenas le quedaban de placeres las esporádicas caminatas del viernes, el automático escupitajo al charco, esa expectativa visceral de lanzarse calle abajo por desvalijadas banquetas, sin más promesa que cerrar la puerta y olvidarlo todo; sus fantasmas.
Pero ahora empezaba el cambio. El haber encontrado la misión de su vida, significaba no solo la mutación a un hombre nuevo, sino el contar con una percepción dirigida, y sentir una filosa clarividencia en las ideas. Ese ideal de corromper, hasta lograr la perfección, lo había resucitado, milagrosamente. Y tenerlo definido ahora, justo ahora, y haber elegido como objetivo principal a ese político encumbrado, que en si mismo representaba todos los vicios del sistema, vitalizaba su acción, le daba fuerza a su cuello, henchía e irrigaba sus músculos, y literalmente lo hacía, frente al espejo, cual fisicoculturista colorado. Engañándolo mostraría a todos la falsedad de un títere con pies de barro. Lograrlo representaba el legado salvador de su gloriosa existencia.

Por eso, para esta situación específica –dilucidaba, el parecer decente o presentable, no sería lo más trascendente. Finalmente lograría su propósito CUALQUIERA QUE FUERA MI FACHA, de eso estaba seguro. Su anhelo era ser el mejor de los mejores, EL QUE MAS APORTE A ESTE JUEGO DE RECONSTRUCCION –según repetía en su discurso, y ni ropa ni corbata ni peinado serian factor de significancia. Importaba, por el contrario, la seguridad que imprimiera a su persona, el rigor y la cadencia de su labia, eso daría sustento al objetivo. Requería ser resoluto, directo, eficaz, como el lacónico ir al grano de Hemingway, la negrura creciente en los callejones de Chandler, cualquier frio personaje de Burroughs, más drogadicto caradura que cualquier otra cosa. Su actuar debía equipararse a la precisión de la imagen, al punto y aparte en el momento justo: el cuchillo caliente tasajeando bífida una lengua: sueño de cualquier modificador de cuerpos.

Si acaso su discurso traslucía desfachatez, sería porque no tenía nada que perder. Acabar en la cárcel no era riesgo --como lo hemos dicho, y tampoco la vergüenza o el desprestigio eran cosas que le preocuparan, eso es para principiantes menos avezados –decía, con media risa sarcástica, peinándose las cejas lamidamente, acto lineal para retomar las fuerzas. Se picaba el ombligo y un calambre en la nalga era puntiagudamente gozoso. Se sentía ligero, poderoso, pleno, implacable, capaz de alcanzar cualquier altura. No le temía a nada porque la suya era acción de otra clase, de otro propósito: demostrar, por medio del engaño y la desfachatez corruptora, los caminos posibles para regenerar un sistema. Los días de la elección presidencial estaban cerca. Su sueño era el de un loco o el acto salvador del último mesías con el que contábamos.

“Además –repetía al espejo, tan desesperados están, que por lo menos me darán el beneficio de la duda”

III.
Mientras tanto, en el centro del establishment, las televisoras ostentaban como propio a ese candidato presidencial, que ahogado en micrófonos declaraba desfachateces cínicas a grado de parodia. Sus respuestas resonaban con voz firme y ademanes calmos, confirmándose la inercial herencia del discurso vacuo de antes, los lugares comunes, manías y complicidades. Escuchar sus malabarismos verbales y sus excusas circulares, no provocaba ni vómito ni carcajada, sino el sálvese quien pueda ante el desfalco. Bien común, vocación de servicio, primero el prójimo: eran frases huecas, que ni en las bardas blancas se impregnaban. Las patrañas vueltas costumbre cosechaban desprestigio para la clase política. El país se desmoronaba en un largo abismo.

Pero el señor x, nuestro personaje, tenía la rara virtud de mantener la ecuanimidad ante cualquier circunstancia. Había vivido gran parte de su vida en este desolador panorama, y podía mantener visión, calma, foco. Reconocía que el país estuviera en riesgo, que la corrupción calara hondo, que las banquetas deshechas y todo descompuesto, que los millones de pobres, hambrientos, la educación una mierda, pero ese desmoronar sistémico no generaba en él ni los temblores del indeciso. Él tenía la certeza de que podía cambiar las cosas. No era cuestión de milagros sino de destapar la cloaca de una vez por todas. A eso había jurado avocarse. Y divagaba en la soledad de su baño, repasando una vez más los detalles concretos, los lugares, los argumentos, y el calambre hiriente desaparecía de la entrepierna después de cortar un elástico.
Finalmente todos tienen precio y eso facilitara mi obra. Eso descorrerá por fin el telón que nos nubla y nos somete.

Su monologo continuaba: su enemigo era un sistema histórico. Todo gobierno es corrupto en sí mismo, y todo gobierno está compuesto de hombres. Clasismo, racismo, desigualdad, explotación, segregación, abuso, compadrazgo, desfalco, corrupción, desorden, hartazgo, una concatenación gradual y creciente de circunstancias que naturalmente debían llegar al borde. Los vasos se llenan. Los descontentos populares se colman. Las necesidades de actuar desde lo individual necesarias. Y si un grupúsculo de ciegos ofrece resistencia, cortos de mira y limitados en sus particulares pretensiones, habrá que vencerlos desde otras armas y desde otros costados.

En labios de cualquiera de nosotros, tales palabras habrían sonado a carnaval de viernes. Pero verán de lo que soy capaz. Convencido, seguro de su oratoria, paladeaba desde ahora los días próximos en el estrado, se imaginaba arengando a la masa, convenciendo a sus seguidores, convirtiéndose en el guía que el país, que el pueblo entero anhelaba. Estaba convencido que las medidas populistas no debían desincentivarlo. Al fin de cuentas, porque se cimentaban en la lógica del engaño, en la cultura de te regalo un pan pero no te alborotes, en la lógica del pobre sometido tan hambriento, que quédese quietecito y aquí le doy su papilla en la boca. En eso se sustentaba el gobierno y de esa lógica hacían uso para preservarse. Sus acciones pululaban y las razones terminaban ventiladas. Partían desde el robo de las arcas, la compra extendida de los votos, el engaño cotidiano a los hambrientos, la mordaza al periodista, el gasto personal a cargo del erario. Eran patrañas poderosas y extendidas. Pero a las que no temía. Su propósito era distinto, su misión era otra. Él volaba a otras alturas.
Tampoco le debía importar verse opacado por las acciones del gobierno, que recientemente había destapado las cloacas corruptas de unos funcionarios en desgracia. Los que ostentaban la silla intentaban vestirse de blanco mostrando vicios ajenos, cuestión por demás comprensible en año electoral, deseaban limpiarse impolutos y distinguirse pulcros a l sonar la campana en el balcón del palacio. Esos trucos los conocía de sobra. Sabía que eran sacrificios humanos que obedecían a una lógica de legitimación a través de culpables, buscapiés distractores para la rapiña y el desfalco, que no necesariamente significaban cambio de paradigma desde la cabeza del líder. Eso nunca había existido. Las mismas fuerzas reales tenían amordazados a los tomadores de decisiones, que les eran propios, y cualquier intento por reducir sus prebendas podría significar la decapitación de los apoyos.

Pero el sistema estaba borde del colapso, los perjudicados pataleaban y debía actuar rápido. Justamente sospechaba que las ratas lo estaban observando –lo presentía, e incluso temía que lo estuvieran grabando. Mantenía por ello las cortinas cerradas, y moviéndose en sigilo ya no orinaba en la calle. Debía olvidarse de ensayos y ejecutar la acción definitiva –pensaba convencido, mientras se observaba orgulloso al espejo con su corbata implacable. Mientras tanto, al fondo del salón, sumergido y ahogándose entre la mar de micrófonos, el candidato continuaba esgrimiendo lentamente sus ilustradas palabras.
Intermedio

Una sola postal perdonen
ustedes. Sólo una simple
postal porque he ido del
timbo al tambo esta semana
con el nacimiento de las cuatas,
mis hijas. Y pues con
aquello del ajetreo sólo podré
escribirles estas breves líneas
directo del Blackberry, perdonen
la ortografía y el formato,
los liberaré por ahora de la perorata
obtusa de otros días, y
sólo contaré que con mis tres
hijos grandes, y con mis dos hijas
recién nacidas, y con Lupita
una chica que nos ayudó con
el post parto y la crianza, nos
venimos mi señora y yo en Interjet
de Juárez al Distrito Federal,
con decirles que hasta
una cola especial nos hicieron
en el gusano, estuve unos minutos
largos solo en el areoplano
porque me dieron tiempo de
acomodar todas las cosas sin
importunar de más el tráfico
en el pasillo, y pues nos venimos.
Sí, así mero.
El caso es que llené una fila
entera 26 a b c d e f sin contar
a los infantes. Y para acabar de
joderla no nos entregaron carreolas
en la puerta, porque a
los maistrines se les ocurrió
llevarlos a las bandas de reclamo,
entonces por el largo pasillo
vamos todos como exilados
de urgencia, con carros y todo
y repletos de bultos, y por suerte
llegamos bien, el taxi fue tumultuario,
los llantos son tumultuarios,
y las bocas son dos
y se cagan el doble y vomitan
también dos veces, y pues se
carga el trabajito.
Por lo que hay que echarle
la mano ami morrita y además
chambiar, y pues hay disculpen
estas breves palabras, pero
no quise dejar pasar de largo la
columna, porque el señor X,
del cuento en entregas que he
venido narrando, ha recibido
la llamada puntual de su patrón
de la fábrica de costales, y
que sí, que sí lo invita a esa
tienta de novillos que habrá en
el rancho Vaquerías y donde
estará presente el candidato, y
que sí, que sí se le podrá acercar
en confianza y comentar
sus ideas políticas, pero que
nada más se fuera con el atuendo
de rigor de bota y cinto pitiado,
que habría mariachis y
unas buenas cervezas y eso es
todo lo que puedo decirles,
porque justo ahora me quedé
solo con las criaturas unas horas
que traemos desfasadas,
así que con las dos llorando hago
malabarismos de primero
una, la sujeto fuerte y me acomodo
y cargo a la otra, la saco
de su cuna y me la pongo también
al hombro, y agarro dos
chupones, sólo dos ahora lo lamento,
sentándome en un sillón
y cada una de un lado, como
si fueran melones cargados
en cualquier pasillo del mercado,
y las empiezo a observar, se
duerme una, llora la otra y le
pongo el chupón a una y despierta
la otra y le pongo el chupón
a otra y llora la otra, en un
rítmico juego de balanceos, como
si fueran dos gotas de un
nivelador descompuesto, y apenas
me quedan deditos para
apretar los botoncitos y teclear
estas líneas.
Mensaje enviado desde mi Blackberry de Nextel.
IV.
Cuando sonó el teléfono ya estaba listo, esperando con todo y corbata que le definieran lugar.

En la otra línea la voz chillante y gangosa de su jefe, enrarecida por las fallas del celular, le dijo varias cosas, entre ellas imbécil las ventas han bajado, pero también confirmándole la invitación a la tienta en ese rancho donde estaría el candidato, conminándolo a comportarse sin importunar a los otros.

Vaya divinura de plan --pensó.

Un evento con toque revolucionario, aristocracia de antaño, el ambiente de las lidias, todo lo que le encanta a los políticos --volvió a pensar, mientras se cambiaba de ropa con desidia de movimientos lentos.

Tuvo que caminar poco más de una cuadra para subirse al colectivo. Se sentó junto a una anciana que se replegó a la ventana, desbordada por el señor x, que indiferente molestaba con sus excesos de carne. No le importaba. Estaba bastante distraído en maquinaciones como para reparar en esas y otras nimiedades.

Tal vez por ello el trayecto se le hizo corto. No se dio cuenta que el autobús salió de la ciudad, que subieron y bajaron personas, que el estéreo estaba prendido, o que la vieja seguía allí, a su lado, calcada en la ventana. El trayecto fue de casi una hora.

El muy falso hijo de puta… dijo de pronto el señor x, con sorpresa y entre dientes, lo suficientemente claro como para que la vieja se recorriera aun más, sujetándose el bolso.

El muy hijo de puta… repitió, ahora en voz alta y con todas las letras, tanto que a la mujer le crecieron grises las arrugas en su cara.

¿Pero que tanto dice usted muchacho, que está diciendo?

Lo que yo digo no le importa vieja, no me esté molestando – le murmuró, hurgándose la nariz al menos con un par de falanges, detalle que no pasó desapercibido para el chofer, que lo observó asqueado cuando pidió la parada.

Se sintió importante de ver palomeado su nombre en el listado de invitados. Tanto que con pecho henchido cruzó una sucesión de portones, comunicados con patios con arreglos florales. Había mirlos en los árboles y multitud de meseros. En el horizonte un cortijo aislado asentado en tierras de campiña cultivadas de cereal. Había un tapete terso de sombreros, allá, abajo, en un patio amplio, y cientos de carcajadas despreocupadas decoraban la plaza de tientas de la finca. Mujeres con piernas torneadas, trapos caros, lentes oscuros, hombres acompañando ávidos al escocés en la mano. Un mariachi tarareando Si nos dejan, y guaruras, con chicharos en la oreja, parecían prestos a entrar en acción, redondeando de prestigio la atmosfera del evento.

No le importó el exceso de seguridad porque aún no llegaba su momento de actuar. Todavía no.

Así que imagínenlo ustedes en el fluir zigzagueante de pasos torpes, buscándose camino por la gente. Entre mujeres que le aplaudían a una vaquilla que acudía al caballo con alegría. Entre el mariachi replicante y la viudita de Clicquot, que empecinada por abrirle las piernas a una cualquiera, era la distracción del momento. Por suerte apareció su jefe más adelante, conversando con un grupo bajo una sombra. Lo saludó cortésmente, sin ahondar en presentaciones excesivas con sus acompañantes. Solo les dijo “es una persona que trabaja conmigo”, y eso fue todo. A partir de allí se limitó a ignorarlo.

Sin ninguna preocupación, el señor x se dedicó gradualmente a balbucear en círculos que se le fueron cerrando. Alguien le mencionó alcurnia, fabricas, prebendas, empleados, inseguridad, San Diego, huelga, todo esto al ritmo verborrágico del escocés en las rocas. El señor x respondió con las palabras compadrazgo y desfalco, hablando de circunstancias que llegan al borde, que el país estaba al borde.

Hay vasos que se llenan y descontentos populares que colman --dijo.

Es necesario actuar desde lo individual para terminar con esto –repitió entre dientes.

Y se había quedado solo, y con los ojos cerrados hablaba en voz alta. Mencionó algo de los “grupúsculos ciegos que requieren resistencia”, de “grupos cortos de mira limitados por sus particulares pretensiones”. Dijo que habría que vencerlos con otras armas. Desde otros costados. Hacer algo y hacerlo de inmediato.

Seguramente en labios de cualquiera de nosotros, tales palabras habrían sonado a carnaval de viernes, y todo hubiera pasado desapercibido. Pero no fue en su caso. Porque su voz era chillona y casi hablaba a los gritos. Y además porque el candidato estaba cerca y, curioso por su perorata, se disponía a confrontarlo.